¿Se imaginan si se nos brindará un espacio donde explorar nuestros intereses, descubrir esas cosas que disfrutamos hacer y fortalecer aquellas para las que somos buenos?
Más de una vez, durante nuestros años de escuela, sentíamos que estar dentro de un aula era una prisión. Veíamos a la escuela como un lugar donde teníamos que estar, no donde queríamos estar.
Y como no verla así, si en la gran mayoría de los casos, la dinámica dentro de ellas nos limita a estudiar cosas que, en primer lugar no nos llaman la atención y en segundo, son cosas que no utilizaremos en nuestra vida cotidiana.
Además, la tendencia que existe a la estandarización del conocimiento y la búsqueda de la la integralidad y uniformidad en la enseñanza, limitan la posibilidad de que los alumnos piensen diferente, desarrollen sus fortalezas, sus intereses y su creatividad, lo que provoca estudiantes poco motivados y con una actitud de resistencia frente a la idea de aprender.
Probablemente, si nos preguntamos ¿Qué es aprender? la imagen mental que veremos será la de un pizarrón, con algún cálculo matemático y un maestro tratando de enseñar a sus alumnos ese cálculo, los alumnos observando fijamente ese pizarrón “aprendiendo”.
Sin embargo aprender va más allá de cálculos, obligaciones y escuelas, el genuino aprendizaje efectivo, surge de la curiosidad y de la voluntad por conocer, pero en la escuela tradicional, absorben nuestra iniciativa y nuestros espacios para aprender lo que “hay que aprender”, nos guste o no, nos sirva o no, y tristemente cuando crecemos y recuperamos la dirección de nuestro aprendizaje, muchas veces ya es tarde y han sepultado nuestras ideas e intereses bajo montañas de datos que probablemente nunca utilizaremos.
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Pensemos, qué pasaría si en lugar de estudiar aquello que nos apasiona cuando estamos en la universidad o incluso después, pudiéramos dedicarle tiempo a nuestra pasión, desde tempranas etapas de nuestra vida, si en lugar de que nos regañen por cantar, dibujar, bailar, construir, escribir, cuestionar o jugar fuera de tiempo en la escuela, se nos brindará un espacio donde explorar nuestros intereses, descubrir esas cosas que disfrutamos hacer, fortalecer aquellas para las que somos buenos y porqué no, intentar alguna en la que no lo somos tanto.
Seguramente, tendríamos un país con un mayor nivel de competencia en nuestros profesionales, mucho menos deserción escolar y un verdadero deseo de los estudiantes por acudir a la escuela y por aprender.
Para lograrlo, pensemos, ¿Cómo podríamos hacer de la escuela un lugar donde los estudiantes quieran estar? Evidentemente, hay que brindarles conocimientos formales y planes de estudio estructurados, pero las formas en que los impartimos y la rigidez con las que se hacen es donde se encuentran la gran oportunidad para lograr nuestro objetivo y la oportunidad se llama LIBERTAD.
Brindar libertad a los alumnos, desarrolla sus capacidades creativas, su pensamiento crítico, la manera en la que se comunica y se relaciona con los demás, mejora su autoestima y le brinda las bases para conseguir mejores oportunidades en su vida futura.
La libertad se puede dar de diferentes maneras, libertad de hacer, decir y pensar, fomentar en los estudiantes la búsqueda de soluciones, la exploración de intereses, y el desarrollo de las fortalezas propias de cada estudiante. Entender que cada alumno es un mundo diferente, que tiene talentos, habilidades, metas y sueños diferentes, destacar esa diversidad de pensamiento y de hacer las cosas, y evitar suprimirlas, para celebrarlas y orientarlas hacia las metas personales que cada alumno.
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Abrir espacios de libertad en la escuela nos permitirá crear alumnos creativos, motivados e interesados, que dejen de ver el aprendizaje como una obligación y a la escuela como un lugar al que quieren ir porque disfruta aprender.
Por: Rom Martínez
Hechicero de Desarrollo en Dédalo México. Estudió Psicología en la Facultad de Psicología de la UNAM, Interesado en la Música, las artes dramáticas, y en buscar formas de integrar y aprovechar las artes para transformar la educación.